Alcantarilla

Diciembre es diciembre.
Trae el calor definitivo y la fiebre infinita de los balances.
La ficción de que se lleva todo.
Es decir, nada.
Los fanáticos de las listas multiplicamos las listas de lo que hay que hacer, de lo que queda pendiente para enero.
Los fanáticos de las listas hacemos listas de lo que no hicimos y ya no haremos.
Diciembre trae además algunas lluvias extrañas. Esas lluvias de verano, intempestivas y un poco sórdidas. Lluvias donde el viento no es el viento que querés sino un viento húmedo y caliente.
Lluvias que se parecen a diciembre con vientos que se parecen a diciembre.
Que prometen un refrescar efímero.
Que duran poco.
Que mienten.
Hasta que vas por la calle después de la tormenta.
Con el agua ya evaporada por el sol en las veredas, tirado en la alcantarilla, lo ves.
El libro está roto y mojado.
Te asomás para mirarlo, en el medio del agua y pensás qué de la tormenta lo llevó ahí.
Es alguna de las obras de Freud, quién sabe cuál.
Las primeras líneas de la página dicen:

«… una noción intermedia entre la condena y la fuga».

Entre la condena y la fuga.
Diciembre es diciembre.

2013-12-19 08.57.59

Catedral

ImagenCórdoba está llena de iglesias, pero la Catedral es la Catedral.
Tengo idea de haberla visitado, hace unos cinco años, en un viaje, otra tarde de sol de noviembre en que hacía muchísimo más calor que esta vez.
¿Querés que entremos?, le pregunto a mi compañera de viaje.
Son las seis y media de la tarde y no tenemos nada mucho mejor que hacer: ya nos escapamos del Congreso al que no volveremos hasta mañana, ya recorrimos el centro y todavía falta un buen rato para cenar.
Subimos las escaleras.
Antes de entrar, a los costados de la galería, vemos la tumba del Deán Funes, a la izquierda, y la del Gral. Paz, a la derecha.
La edificación es imponente.
Demasiado, me parece.
Tengo la sensación de se les pasó un poco la mano con el ornamento y no consiguieron mantener un estilo uniforme.
Imposible culpar a alguien en un edificio de 1580.
Mi amiga se persigna y avanzamos con paso lento hacia uno de los lados, mirando los altares menores, las paredes y la cúpula.
Entonces escuchamos el grito.
El grito es el grito de un chico.
Nos damos vuelta y lo vemos.
Debe tener por lo menos diez años o doce años y está tirado encima del último de los bancos del lado izquierdo.
Grita y patalea.
No sé lo que tiene, pero estoy segura de que es cualquier cosa menos un berrinche.
Un hombre de unos cincuenta años que tal vez sea su padre trata de calmarlo, entre las palabras y la fuerza mientras el chico sigue gritando algo ininteligible y dándose la nuca contra la madera una y otra vez.
El resto es silencio y gente detenida en sus lugares, tan inmóvil como los muñecos de santos, vírgenes y mártires.
El hombre levanta al chico en brazos y se lo lleva, todavía a los gritos, casi corriendo.
Y así, de golpe, ya no hay nada que valga la pena mirar.

 

Fotos

2013-08-12 17.34.08Es así:
Hay sesenta personas y las familias de las sesenta personas.
Es decir, hay unas doscientas cincuenta personas en total.
Hay una primera fila, al centro, reservada para los profesores.
Los profesores somos pocos y además somos menos de los que deberíamos ser.
Yo llego antes. Antes todavía del antes acordado para los que ocupamos la primera fila.
Hay una alumna que me corre, antes de entrar, llegando a la esquina. Me abraza, me dice que estoy siempre igual. Y siempre con botas negras. Yo me río mientras pienso que no me acuerdo su nombre.
El escenario donde están ordenados los diplomas, por apellido y por comisión, es demasiado bajo, casi parecido a una tarima. En el centro, pero apoyado en el piso hay un florero con lirios que alguien creyó que vestirían el lugar en vez de volverlo todavía más deprimente.
Los profesores entran, me saludan, me hacen chistes cómplices sobre tal o cual cosa; los alumnos se me acercan, me besan, se ríen, me presentan a los padres, a los hijos y yo sonrío y digo tanto tiempo y felicitaciones y encantada.
Después viene el acto, las listas, los apellidos. La confirmación de que en pocos casos puedo unir cara con nombre.
Y las fotos.
Las fotos grupales.
Y las otras fotos: junto a un alumno, a su hermana, a su marido, a su mejor amiga.
Las fotos en las que aparezco, en las que voy a aparecer y no sé que me sacaron.
Las fotos que no me significan nada o en las que no significo nada.
Las fotos que adornarán un muro en facebook, una repisa, las que se adjuntarán a un mail con subject «Diploma».
Fotos sobre las que no tengo control: en las que no sé quién soy, con quién estoy, la esposa de quién sacó.
Fotos mías, fuera de mí.